Después de las experiencias nefastas para el capitalismo internacional provocadas por las dos grandes guerras mundiales, que proporcionaron el nacimiento de países socialistas e hicieron tambalear el régimen burgués, los países más industrializados convinieron en decretar leyes contra la competencia desleal y frente a la cicatería y abusos de los monopolios que rompan las reglas del juego establecidas por ellos mismos, con el fin de evitar la III guerra mundial. Es decir, lo que se dice querer neutralizar de una vez y para siempre el brote de contradicciones, a los que parecía que estaba condenado el sistema.
Pero el sistema capitalista no puede existir sin crear constantemente nuevas contradicciones, como resultado de su anarquía de producción, pues los estados monopolistas pueden controlar hasta cierto punto el curso económico, pero solo hasta cierto punto.
En la actualidad, cada día que pasa, los imperios encuentran más obstáculos para dominar y dirigir la economía de sus respectivos países y mucho menos vencer sus efectos universales, que surgen independientemente de la voluntad humana, mejor dicho del modo de producción capitalista. Observemos que la denominada “globalización”, con sus expansiones y deslocalizaciones, está creando un novedoso panorama mundial.
Los monopolios y las multinacionales generan ya del total del producto bruto elaborado en el mundo, más del 50% en los países subyugados, en las naciones en vías de desarrollo o dependientes del imperialismo, en donde la política y la economía evolucionan con altibajos, siempre en un ambiente de mayor inestabilidad sociopolítico con respecto de los estados europeo y norteamericano, debido a que sus pueblos no disfrutan, en absoluto, de lo que producen. En 2007, estos mismos países atesoran en conjunto, en reservas divisas, un montante que supera los tres billones de dólares, en tanto que los países mas industrializados detentan la mitad de este volumen. De ahí que la guerra y las leyes antisociales de corte fascistas, continúen siendo los elementos primordiales a tener en cuenta por los estados imperialistas, para apagar cualquier fuego que prenda en sus propios países y para mantener la actual situación internacional y de esta guisa, frenan violentamente todo indicio de independencia que surja en cualquier lugar del mundo en un vano intento de neutralizar las nuevas contradicciones inter capitalistas que avanzan inexorables y cuyas consecuencias directas o derivadas pueden ser incalculables. O sea, el capitalismo está condenado por sí mismo a la guerra y a generar nuevas contradicciones hasta su muerte.